La energía de las olas y las mareas está viviendo un renacimiento gracias a los avances tecnológicos y su bajo impacto ambiental. Descubre la historia, tecnologías modernas y el potencial global de la energía marina como pilar de la transición hacia fuentes limpias y sostenibles. Analizamos sus ventajas ecológicas y los proyectos más innovadores en todo el mundo.
La energía de las olas y las mareas está experimentando un renacimiento en el contexto de la transición global hacia fuentes de energía limpias y sostenibles. Hoy en día, la energía marina, basada en el aprovechamiento de olas, mareas y corrientes oceánicas, vuelve a posicionarse como una de las alternativas más prometedoras. El potencial de los mares es inmenso: la energía contenida en los movimientos oceánicos supera varias veces la demanda mundial de electricidad.
Tras décadas de experimentos y un periodo de menor interés a finales del siglo XX, actualmente la energía undimotriz y mareomotriz vive una auténtica revolución. Los avances en materiales, sistemas de almacenamiento y tecnologías de control de flujos han dado paso a una nueva generación de instalaciones, capaces de operar de manera eficiente, segura y sin dañar los ecosistemas marinos.
La energía marina ya no es solo un experimento, sino una parte real de la economía verde global, abriendo el camino hacia un futuro sin combustibles fósiles.
El aprovechamiento de la energía del mar comenzó mucho antes de la llegada de la electricidad. Ya en la Edad Media, en las costas de Francia y Gran Bretaña se construyeron molinos de marea: simples infraestructuras hidráulicas que almacenaban agua durante la pleamar para luego mover ruedas y martillos durante la bajamar. Sin embargo, la idea de transformar el movimiento oceánico en electricidad solo comenzó a desarrollarse en el siglo XX.
Las primeras centrales mareomotrices modernas surgieron en la década de 1960, cuando los científicos reconocieron el enorme potencial de las mareas. Uno de los proyectos pioneros fue la central de La Rance en Francia, inaugurada en 1966 y aún en funcionamiento. Sus turbinas aprovechan la diferencia de altura entre el mar y el embalse de marea, convirtiendo la energía hidrodinámica en electricidad.
El principio de funcionamiento de estas centrales es similar al de la hidroeléctrica clásica: durante la pleamar, el agua se acumula tras una presa y, en la bajamar, pasa por las turbinas que accionan los generadores. A diferencia de los ríos, las mareas oceánicas siguen un ciclo predecible dos veces al día, lo que las convierte en una fuente ideal para la generación estable.
Posteriormente, la atención se desplazó hacia las instalaciones undimotrices y de corrientes, capaces de captar tanto el movimiento vertical como el horizontal del agua. Este campo se desarrolla activamente hoy en día gracias a nuevos materiales, sistemas de amortiguación y plataformas autónomas resistentes a las duras condiciones oceánicas.
La energía mareomotriz moderna combina principios clásicos de hidrodinámica con métodos innovadores de conversión, consolidándose como un pilar de la economía baja en carbono del futuro.
Actualmente, la energía marina abarca tres ramas principales: mareomotriz, undimotriz (de olas) y de corrientes oceánicas. Cada una aprovecha distintos fenómenos físicos, pero comparten el objetivo de generar electricidad limpia y estable a partir del agua en movimiento.
Las centrales mareomotrices tradicionales funcionan con una presa que cierra la entrada de una bahía o estuario. Durante la pleamar, el agua se almacena en un embalse; en la bajamar, se libera a través de turbinas. Son especialmente eficaces cuando la diferencia de niveles supera los 5-6 metros.
Ejemplos destacados son La Rance (Francia), Sihwa (Corea del Sur) y Kislogubskaya (Rusia). Estas plantas han demostrado que la energía mareomotriz puede operar durante décadas con mínimos costes de mantenimiento. Las instalaciones modernas incorporan turbinas reversibles, que generan electricidad tanto en la subida como en la bajada de la marea, aumentando así la eficiencia global.
La energía undimotriz aprovecha el constante movimiento de la superficie del mar. Las tecnologías actuales se dividen en varios tipos:
Proyectos en Portugal, Noruega y Japón han demostrado que la energía de las olas puede abastecer de forma estable a comunidades costeras e islas.
La tercera rama aprovecha las potentes corrientes, como la del Golfo. Turbinas sumergidas a 30-50 metros de profundidad giran impulsadas por las corrientes naturales, generando energía de forma continua. Estas instalaciones recuerdan a aerogeneradores submarinos, pero ofrecen mayor estabilidad, ya que la velocidad de las corrientes oceánicas varía muy poco.
Los sistemas de gestión modernos emplean inteligencia artificial y sensores IoT para optimizar la generación y el diagnóstico del equipamiento, reduciendo riesgos de fallos y permitiendo operar sin presencia constante de personal.
Materiales avanzados -como composites, aleaciones resistentes a la corrosión y recubrimientos nanométricos- incrementan la durabilidad y sostenibilidad de las instalaciones. Además, muchos complejos incorporan baterías y conversores de hidrógeno para almacenar el excedente energético.
La energía marina está escalando a un nuevo nivel: de proyectos aislados a redes industriales integradas en los sistemas eléctricos nacionales.
La energía marina es considerada una de las formas más prometedoras de energía renovable, combinando eficiencia, sostenibilidad y bajo impacto ambiental.
Su principal fortaleza es la predictibilidad y estabilidad. A diferencia de la solar o la eólica, la energía de mareas y olas obedece a ciclos lunares y a la gravedad terrestre, por lo que no depende del clima. Esto hace que las plantas marinas sean ideales para la generación base, proporcionando suministro constante a la red.
Otra ventaja es la alta densidad energética: el potencial del agua en movimiento es 800 veces superior al del aire, lo que permite generar más electricidad con turbinas más pequeñas. Además, la energía marina no requiere deforestación ni alteración del paisaje, como ocurre con las hidroeléctricas terrestres.
Las instalaciones modernas están diseñadas para ser duraderas y autónomas: la vida útil de los equipos alcanza los 30-40 años y el mantenimiento es mínimo gracias a materiales resistentes a la corrosión.
Pese a su amplio impacto, los proyectos actuales integran principios de ecodiseño. Las turbinas y plataformas cuentan con rejillas protectoras para evitar daños a peces y plancton, y se ubican lejos de áreas de desove y rutas migratorias.
La energía marina contribuye, además, a reducir las emisiones de CO₂ y la dependencia de combustibles fósiles. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, cada megavatio-hora generado por una central mareomotriz evita hasta 800 kg de dióxido de carbono.
De este modo, la energía marina une fiabilidad tecnológica y seguridad ecológica, consolidándose como uno de los métodos de generación más limpios del planeta.
Actualmente, la energía marina avanza desde la fase experimental hacia la integración en la infraestructura energética mundial. En numerosos países se desarrollan decenas de proyectos que demuestran que la energía oceánica es una fuente estable y económicamente viable.
La Unión Europea lidera el desarrollo de la energía marina. Además de la emblemática central de La Rance (240 MW, Francia), destacan proyectos undimotrices y de corrientes en Reino Unido, Noruega y Portugal.
El proyecto MeyGen en Escocia es la mayor central mareomotriz del mundo basada en turbinas submarinas, con una capacidad superior a 70 MW y planes de duplicarla para 2030. Portugal impulsa el proyecto WaveRoller, que utiliza el poder de las olas para abastecer ciudades costeras.
En Asia, el enfoque está en combinar la energía marina con otras fuentes. Corea del Sur ha construido Sihwa, la central mareomotriz más grande del mundo (254 MW). China invierte en sistemas híbridos que integran turbinas mareomotrices y paneles solares, creando verdaderas "plantas flotantes del futuro".
En Rusia, la central de Kislogubskaya, en funcionamiento desde 1968 en la región de Múrmansk, es la única de su tipo en el país, junto a investigaciones en los mares de Barents y Blanco.
Los proyectos modernos apuestan por la modularidad y la generación local. En lugar de grandes presas, se instalan equipos compactos, escalables y adaptables a las costas de islas y archipiélagos.
Se prioriza también la integración con la energía del hidrógeno: el excedente de las mareas puede emplearse para la electrólisis y la obtención de hidrógeno verde.
La energía marina es cada vez más relevante en el mix energético, especialmente para países con extensas líneas costeras. Para 2035, se prevé que los recursos oceánicos superen el 3% de la generación global, cifra comparable a la energía eólica actual.
En las próximas décadas, la energía marina puede convertirse en uno de los pilares del sector energético mundial. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), el potencial de los océanos supera el billón de kilovatios-hora al año, suficiente para cubrir buena parte de la demanda global de electricidad.
Las perspectivas más prometedoras están ligadas a la reducción de costes y a la estandarización de los equipos. Ya se desarrollan módulos de turbinas unificados, compatibles con distintos tipos de olas y corrientes. El avance en materiales autolimpiables, sistemas inteligentes de monitorización y algoritmos de predicción basados en redes neuronales permite alcanzar una autonomía máxima.
Se presta especial atención a soluciones híbridas que integran energía marina con paneles solares, módulos de hidrógeno y sistemas de almacenamiento, lo que permitirá crear clústeres energéticos costeros totalmente independientes de fuentes tradicionales.
La energía marina ha dejado de ser una apuesta futurista para convertirse en símbolo de una nueva mentalidad energética, donde el océano es un aliado y no solo un recurso.